En esta ocasión, Manuel Jesús, que ejerce de profesor en el instituto Albero de Alcalá, ha elegido la fórmula de seleccionar una colección de objetos peculiares, curiosos, llenos de lo que un cursi llamaría, el poso de los siglos, para a partir de ellos contar un trozo de la historia de Sevilla. Porque este, como él mismo explica, es un libro de historia, sí. Pero con otra forma de contar la historia. El profesor hace una parcelación tomada de la materia de esos objetos para glosar una época, un pasaje o varios de la historia. De Sevilla, sí. Pero también con una visión más amplia. Como corresponde a todo análisis histórico y en particular al que se refiere a Sevilla, ciudad que siempre ha sido universal por vocación propia y por el lugar en el que la colocó la historia.

Un libro sobre historia, “a contracorriente” explica el autor, por un concepto que es relativamente reciente, pero que supone una profunda transformación en las vidas de aquellos que los cursis (otra vez) llaman la generación posmoderna. Como explica Roldán “vivimos en un tiempo en el que el objeto único no tiene valor, porque estamos rodeados de muchos objetos, ahora no tenemos aprecio por lo único”.

Con estos elementos Manuel Jesús ha realizado un libro que él mismo define como “de historia, personal, didáctico, literario, para muchos públicos, sin orden y corto”. Esto último debido también a otra de las transformaciones que la sociedad actual ha operado en nuestro intelecto, “tenemos la capacidad de concentración perdida”.

Y cuáles son esos objetos que han merecido un libro. Pues son los que son como podían haber sido otros, explica el autor, que tenía otra larga lista que también podía haber incluido y que ha rematado el libro con la “pena” de no tener sitio para alguno más.

Aquí van algunos: objetos trascendentes como la espada de San Clemente, la capa con la que se coronó emperador Carlos V que está en Sevilla, piezas que pueden contar todo un periodo histórico, pero también objetos intrascendentes como un plato de loza con la inscripción “soy de San Jacinto” y que puede hablar de lo cercano, como las sopas bobas que en él se servirían o de lo universal como de la orden dominica que se asentó el San Jacinto, pero que se extendió por todo el mundo.

La relación de objetos incluye por ejemplo, el tesoro del Carambolo, la porra de Hércules, un falo de piedra que apareció en el Alcázar de Sevilla y que es de época romana, la diosa Astarté, un original de Santa Teresa escrito de su puño y letra, el micrófono de Queipo de Llano, que tanto terror infundió en Sevilla, la máscara funeraria de Antonio Suzillo, que se suicidó y que acabó al cabo de los años junto a la Virgen de la Amargura imagen a la que había realizado las manos, la pistola con la que se mató Belmonte, el cartel de la Cruzcampo, la camiseta de Silvio, el León de las Cortes ,que se hizo en Sevilla, el órgano de Maese Pérez, un objeto real que es a la vez materia de leyenda, el paso del Gran Poder, el lagarto de la Catedral, que puede contar desde su altura siete siglos de historia de Sevilla, las llaves de la ciudad, la bota de Velarde, la olvidada lápida de González Cuadrado en San Ildefonso y que cuenta la historia de un verdadero héroe, las botas de Velarde o la mascota de la Expo 92, “Curro”, primero rechazado y luego convertido en icono, un objeto plenamente sevillano  en su carácter de inclasificable que acompañó a Manuel Jesús Roldán en su presentación, sentado en una silla y presidiendo el acto como le corresponde al protagonismo literario otorgado por el autor.