Opinión - 07/01/2015
Discurso prounciado por Juan Alcaide Rubio en la Cena Real de la Cabalgata de Alcalá el 5 de enero
"Discurso de la Noche de Reyes". Juan Alcaide
Autor:
Juan Alcaide Rubio

A las mujeres que sembraron la ilusión

y, en sus jardines, la hacen florecer siempre.

                                   

 

 

 

                                    Aún suena la crecida y se estremecen

                                    vibrantes los sentidos,

                                    y ya sentimos casi que decrece,

                                    que se pierde llevándose consigo

                                    la estrella más celeste.

                                    Sellada en el camino

                                    tras la más dulce riada,

                                    una huella de azúcar impregnada

                                    evoca la razón de su destino.

 

                                       Dirán que ya han pasado y no se han ido.

                                    Parece que se extinguen, y aún los miro

                                    y los distingo fieles al empeño

                                    de abrir cada postigo a cada anhelo.

                                    Nuestros Reyes aguardan sólo un guiño:

                                    Para cubrir de magia cada sueño,

                                    esperarán el sueño de sus niños.

 

 

 

Majestades de Oriente: Melchor, Gaspar y Baltasar;  Estrella de la Ilusión, Gran Visir.

Delegado de Cultura y Fiestas Mayores.

Estimado Presidente, miembros de la Comisión y del Grupo Joven.

Señoras, señores, amigos todos de los Reyes Magos:

 

Pasó La Cabalgata como una marea que arrastrara todas las luces bajo el cielo de Alcalá. Pasaron diecisiete carrozas pintando de alegría cada esquina; más de cien manos a babor y otros tantas a estribor. Pasaron animales, dibujos, piratas, cuentos de hadas, la corte de Egipto, un Nacimiento, una Estrella, dos coronas y un turbante y el joven ministro de unos Magos; pasaron azules de nieve, celestes plateados, verdes de oro y bronces colorados...  Sí, ya pasó la marcha más sonada; pasó y se llevó todos los colores de la tarde. Pasó la Cabalgata y, tras ella, echó la noche su negro telón como una sombra. Sí, pasó la Cabalgata, pero... nuestros Reyes no se han ido todavía.

Con los últimos rumores de la feliz riada, abrazados a una promesa, se han retirado todos los niños con la boca llena de premios  y los bolsillos repletos como viejas angarillas cargadas de recompensas. Los hogares se han encendido entre carreras y voces familiares de nervios, cansancio y prisas. Pero, ¿se mantendrá la casa despierta? ¿Habrán dejado de saltar en sus camas, por fin, los más pequeños? ¿Temblará todavía el reflejo de sus Majestades en los cristales de las pupilas vibrantes de la infancia? La maraña de risas y canciones debe haberse transformado ya en suspiros que quieren aplacar la efervescencia de tantas emociones. Pero no están tranquilos todavía los niños, por eso nuestros Reyes no se han ido.

Y es que conocen el momento preciso, el instante concreto en que volver a interpretar aquella historia tan antigua, y hoy tan viva, de unos Magos que supieron vislumbrar una Estrella para encontrar en Belén a un Niño y adorarlo como quedó escrito. Igual que quedó escrito que volverían cada enero a celebrar la Epifanía del Señor y, como hace más de dos mil años, cuando Jesús se dio a conocer, representar la victoria de los inocentes y celebrar el triunfo de la alegría.

Saben esperar nuestros Reyes; ahora solo falta el sueño profundo de sus niños.

Ha pasado la ilusión hecha cortejo; ha pasado la esperanza sonriendo a los deseos; ha pasado, oculto en oropeles, el secreto de la vida y ha dejado colgada en el aire, como un rumor de cabalgata, la respuesta a todas nuestras dudas.

 

Y al paso de la alegre comitiva, casi deslumbrado por el brillo de la Estrella, hemos visto al Gran Visir en su papel de emisario. Álvaro Ballesteros Moncayo, un joven alegre y tenaz, perfecta imagen de la vitalidad de una juventud cabalgatera que ha de ponerse en cabeza de una sociedad que parece cansada y escéptica.

Desde tu noble cargo, repartiendo caramelos con la clase de quien reparte el juego en otros terrenos, has demostrado esa vocación de servicio que ya encauzas con tus estudios para atender al enfermo, para acercarte a los que están pidiendo tener cerca a alguien.    

 Por otra parte, Álvaro, hoy has alcanzado la experiencia para explicarle a más de una criaturita celestial la diferencia entre repartir caramelos con sonrisas y lanzar caramelazos con mala uva. Ya puedes decirle a más de uno: "¡Oye, que se trata de lo primero, angelito!".

 Excelentísimo y jovencísimo Visir, vamos a esperar un poquito más para abrir balcones y ventanas, nuestros angelitos estarán aún en ese duermevela que ni cae ni se despierta, con el sueño agitado del que llegó agotado y aún espera. Toma aliento en tus padres, en tu hermano y en tu aliado Jorge, tu otro hermano, y llama al resto de amigos para que sigan acompañándote esta noche y, así, poder llevártelos contigo siempre, a través de la alegría, por el lado bueno de la vida.  

 

El mismo lado del camino que hoy ha iluminado una Estrella con esa luz cegadora de los días limpios de invierno. Marina Portillo Castillo, Estrella de nuestro cielo, radiante, alegre y comprometida. Vienes anunciando desde hace tiempo la ilusión desbordada de esta noche. Viene creciendo tu brillo desde el verdor de tus días en IreMar y, creciendo, has subido a lo más alto apoyada en los pilares de tu mundo: tus padres, tu hermana y la presencia constante de tus amigas y tus amigos. Enhorabuena, Marina, por encontrar el sentido a cada cosa en todos ellos.

Alguien que tuvo la suerte de ver desde las entrañas de tu carroza, mientras llenaba tus alforjas de caramelos, cómo te miraban todos los ojos a tu paso, me contó que te vio reflejada en cada rostro y que, entonces, pudo comprender, sin más, el significado de tu nombre: 

Estrella de la Ilusión, no te ocultes todavía, deshazte de la capa oscura con que quiso taparte la noche y vuelve antes de irte para indicar el camino a los portales de los niños.  Ve marchando a sus hogares y espera, que irán llegando uno a uno, con el sueño, Sus Majestades. Sigue brillando, Marina, como lo has hecho esta tarde, para extender la alegría de tu lema salesiano con la blanca claridad que se merece.

Y después de la mañana,                                                                                                                                                no te desprendas del cielo azul y plata                                                                                                 que hoy te viste.                                                                                                                                               No te deshagas de la estela que te sigue                                                                                                  y que empapa de ilusión por donde pasa.

 

 

 

Dicen que nació en Belén.

Y en Belén, nació El Niño donde pudo; no lo hizo entre jaspes y esmeraldas, ni entre brocados de guadamecí, ni en el salón de un palacio, ni en la torre de un castillo entre sábanas de organdí. Pero no importó, para adornar su realeza, apareció un Mago con el nombre de Melchor y le ofreció el oro más brillante de oriente y con él lo coronó. Francisco Javier Sanabria Rodríguez, eres hoy nuestro Melchor y en tus ojos, casi ocultos detrás de tanta nieve, sigue reflejado como símbolo Real de alegría todo el brillo de aquel oro. Brillan tus ojos y en ellos se dibujan los recuerdos más profundos; y se distingue entre todos una efigie, es la imagen, como dijo tu hermano Valeriano, de una buena persona. La figura de tu padre, impresa en tu retina, te acompaña siempre apoyando cada uno de tus pasos.

Y en la privilegiada tarea de regar nuestras calles con pedacitos de deseos envueltos en papel, hoy has tenido la ayuda más valiosa que pudiera soñar jamás un Rey Mago; tus hijos, Javier y María, no olvidarán nunca la noche en que volaron contigo repartiendo entusiasmo. Y para rematar vuestro empeño, María y tú, con su amor y tu ingeniería, podréis enseñarles a recortar sueños y transformarlos en regalos pasándolos por entre la capa que te abriga. Ellos te acompañarán además, como todos tus amigos, para enarbolar la bandera salesiana y proclamar orgullosos, en su centenario, la santidad de una "Casa" que es vuestra casa. Felicidades, salesiano.

 Pero no te pares, ve avisando a todos tus pajes porque queda muy poquito. En su mundo, bajo las mantas, los niños se habrán rendido y habrán desistido ya de la firme decisión de presenciar en secreto vuestra magia: ese mudo maremágnum de idas y venidas, de vuelo de terciopelos, de camellos sutiles, de chocolate en los zapatos y aguardiente "ligao" en los vasos.  Los siguientes sueños serán una mezcla confusa de confianza y de recelo. Ya queda menos para empezar a cubrir de magia cada sueño.

 

 

Otros son los que han venido desde nuestro oriente más cercano. Desde la ciudad de San Juan de Dios ha llegado envuelto en el mismo incienso que perfumó la divinidad del Niño en Belén todo el séquito del rey Gaspar, Esaú Pérez Jiménez. Un rey generoso, constante, valiente y devoto. Esta vez, Esaú, no ha sido tu voz de abogado la que ha tenido que ponerse al servicio de los demás. Ni tu voz de orador ha tenido que cantar otro milagro. Ni tu voz de cristiano hacer de auxilio y consuelo. Porque hoy no hacía falta voz, sólo presencia muda, ojos para mirar todas las miradas y fe para reflejarlas. Hoy sólo tu imagen de Rey para saber que eres Mago, para ver hoy a Gaspar como siempre lo vieron "los maños": esforzándose en llegar hasta el último rincón sin bajarse de sus bríos ni abandonar su elegancia, dispuesto para aliviar amarguras y, siempre con su Cristo del Amor por confidente, apoyado en el Amor y reconfortado en la gracia  de tres nombres: Cristina, Irene y Trinidad.

Esta noche, Majestad, desde la altura de tu trono, has estado un poquito más cerca de tu cielo, tan cerca que, envuelta en los caramelos, tú lo sabes, no iba sola tu alma; en cada impulso de tu brazo, otro brazo y en cada esfuerzo de una mano, otra mano; la misma que, maternal, tantas veces cerró su palma sobre el dorso de tu mano.  

Tu madre es tu estrella                                                                                                                                      y en tu cielo desde hoy,                                                                                                                               además, reina.

 

Ella va a enviarte la señal que os ponga de nuevo en marcha. Ahora mismo, estarán los más pequeños mirando por las secretas rendijas de escondites misteriosos, distinguiendo apenas una claridad de armiño, el brillo de una corona y un trasiego silencioso en blanco y negro. Nunca dirán que fue un sueño.

 

 

Como fue un sueño el que, hace veinticinco años, tuvo un paje sirviendo a su Rey mientras aprendía con admiración de hijo el secreto de su magia. Desde que los pinos han cambiado su resina por la mirra y mana verde el oro en Oromana viene anunciando aquel paje su regreso entronizado para celebrar aquel sueño hecho sueño. Baltasar tiene hoy el mismo nombre que aquel joven: José Miguel Cerquera de los Santos, cabalgatero por los cuatro costados, por Cerquera, de los Santos, por Lamas y por la quinta que, en vanguardia, va llevándolo en volandas; buena quinta esa del 75.

Miguel, cuando tu tío Manolo ha abierto esta tarde el portón de la alegría se ha encumbrado al ser humano; ha empujado las compuertas para inundar las calles de música y de colores y ha esperado tu paso para recordar que ahí contigo, en la última carroza, va toda la humanidad de los Magos. A tu lado, un maravilloso paje, como hace un cuarto de siglo, habrá ido aprendiendo con admiración de hijo el secreto de esa magia que te hace tan humano. Tendrás que contarnos, Salud, lo que han hablado entre ellos y cómo lo han hecho para volcar su humanidad en ese abuelo que se agacha para coger caramelos y en la abuela que abre de par en par sus balcones para que entre arrasando la dulce riada.

A esta hora, de los sueños agitados, tus pequeños, Carmen y Miguel, se habrán descolgado hasta un fondo blando y profundo como su respiración acompasada y, ahora sí, descansarán en los reconfortantes brazos de la nada. ¡Enhorabuena, Baltasar!, por tu sueño y por seguir siempre adelante con esos cuatro costados, con toda la familia y con su nombre, y con todos los amigos que primero te arroparon y después te han empujado hasta pintarte la cara y cubrirte de oro y esperanza. Si te parece, Majestad, nos vamos a ir levantando, que tus niños tienen que despertarse en su casa y hay que ponerse en marcha para trepar a los balcones y abrir cada postigo a cada anhelo. Y aprovecho, acuérdate de dejar el disfraz de Fernando y la bici para Juan.

 

En los hogares, habrán ido cayendo las velas inquietas que sostenían la vigilia. Y en la noche oscura, como rezaba el poeta, debe estar ya la casa sosegada y predispuesta. Aunque algo pasa:

 

Hay como una mariposa de polvo

 en el aire

que revolotea nerviosa

descosiendo la noche.

 

Ya nos vamos, pero dejadme, queridos Reyes Magos, justo antes de empezar a culminar nuestros sueños, que agradezca en voz alta vuestro mejor regalo. Gracias por permitirme desvelar vuestro secreto.

Necesitamos seguir propagando el misterio y anotar lo que nos recuerdan a cada paso los más chicos: que esta bendita locura va en serio; que va en serio esta locura. Y que es en la mirada de los niños, que no os abandona ni un instante en vuestro camino, donde está vuestro secreto.

Majestades, nos hace falta el ejemplo de vuestra vida cada día para movernos como Vosotros, como si un niño nos estuviera mirando atentamente y pudiera tirarse a nuestros brazos justo en el momento en que empezamos a olvidar al niño que fuimos.                                                                                                                                        

Y por permitirnos crecer con vuestro ejemplo: ¡Gracias a la Cabalgata de Alcalá! Gracias por ayudarnos a recordarnos como niños. Gracias a todos los Amigos de los Reyes Magos por su maravilloso trabajo; hoy colorido y sonoro, humilde y callado el resto del año. Gracias por esa impagable labor de más de medio siglo con la que seguís honrando a vuestros mayores. Amigos ¿adónde vamos si olvidamos de dónde venimos? ¿Adónde, menospreciando el Cuarto Mandamiento? Sin acordarnos siquiera.

A uno, que vio cómo crecían las marcas de sus dobladillos descosidos entre idas y venidas de la Marea baja al número 5 de La Cuesta del Águila y de "La cuesta" hasta la "Marea", encontrarse cara a cara con los Reyes es volver a la gracia de la infancia. Es abrir una antigua cancela para saltar de golpe a los días soleados de juegos eternos entre muros de torreones y de cuevas encaladas; entre acuarelas de Alcalá y esbozos de carrozas reales. Era el tiempo de los padres con sus niños. Eran los mejores años de la vida. Pisar de nuevo esa cuesta es volver al reencuentro de un amigo y al recuerdo de unos nombres —Pepe Corzo, Marisu, Marta, Isidoro— que estarán siempre en las estampas azules del alma. Gracias, Pepe, hermano en mi infancia.

Y Gracias a las mujeres que sembraron la ilusión y, en sus jardines, la hacen crecer siempre;  Gracias a las madres de mi jardín, de Salud a Susana.

 

Ahora sí, todo está en su punto. Acaba de hacernos su guiño la noche. Vayamos antes de que la luna recoja su madeja de milagros y de estrellas. 

 

                                    Va a madrugar la mañana

                                    con timbres de coros blancos

                                    antes que en cerros de albero

                                    el sol derrame su baño

                                    tibio y pausado de enero.

                                    Antes que el alba soñado

                                    borde la luz en el aire

                                    y acompañen nuestros pasos

                                    aires de luz renovados,

                                    y antes que despierte el campo

                                    con el canto de la alondra

                                    y resuenen los reclamos

                                    preludiando otra aurora,

                                    mucho antes que el descanso,

                                    va a levantarse la casa

                                    como el telón de un teatro

                                    para vivir la función

                                    más deseada del año.

 

                                   Es la mañana soñada

                                   la que os va a llamar temprano

                                    para mostraros ufana

                                   la ilusión hecha agasajo;

                                   para enseñarnos la vida

                                   palpitando en nuestros brazos

                                   y dejarnos apresar

                                   los anhelos con las manos.

 

                                   Y en el hogar conmovido

                                    habrá niñas con sus lazos

                                   saltando por los pasillos

                                   y chiquillos desnortados

                                   buscando dónde pararse,

                                   perdidos, sobrepasados,

                                   sin saber a qué acudir,

                                   con el nervio en los zapatos

                                   y todo el azul del cielo

                                   volcado en sus ojos garzos.

 

                                   Y será entonces, rodando,

                                   como el fresco en el ocaso,

                                   cuando vuelva la niñez

                                   con su balón bajo el brazo,

                                   con mi barco, tu yoyó,

                                   su muñeca y un caballo

                                   sacudiendo con su cola

                                   la cola del viejo piano.

 

                                   Y será entonces, no antes,

                                   cuando, hechizados, podamos

                                   silbar a los cuatro vientos

                                   el cuento de los Tres Santos.                        

                                   Y del balcón a la plaza

                                   ulular y anunciar alto:

                                   ¡Que hay regalos en mi casa!

                                   ¡Que ahora sí, que ya han pasado,

                                   nieve, bronce y esperanza,

                                   los queridos Reyes Magos!

 

Muchas gracias.

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