“¡Esto es un cohete!” exclamaba uno de los parroquianos habituales de la librería Término el pasado jueves tras el evento que inauguraba la segunda temporada de esta providencial librería. Como un cohete —decía—, porque acababa de despegar el segundo curso de este centro de las letras y la cultura en Alcalá. Y lo hizo propulsado por el pintor, el hombre, el artista Manuel Domínguez Guerra, que hizo temblar el piso con su voz rotunda y clara, y así, temblando, dejó al personal en medio del torbellino.

Los presentes, que abarrotaban el espacio, salieron con esa extraña certeza de haber vivido un momento único, de esos en los que todo lo externo se detiene para que surja el prodigio, para que aflore el arte. Salieron con la imagen evidente de un hombre cabal —como dijo el escritor José Antonio Francés en su presentación—; de un enorme pintor, generoso y coherente; de un artista completo y obstinado, con talento en las manos, chispa en el alma y fuerza en la voz.

Y, con todo, no fue aquella la única certeza que se llevaron a casa los asistentes. Disipada la hermosa polvareda provocada por la fuerza del cohete, quedó el espacio y, en él, esa otra certeza: la de saberse en un sitio consagrado a la cultura, en una habitación de pensamientos hilvanados en palabras, un lugar con anaqueles donde esperan la vida y la poesía.

La cultura es mucho más que conocimiento y tradición. Así lo dijo Domínguez Guerra: como una parcela que se prepara y se cuida para el cultivo, debe ser tratada la cultura. Porque, como el campo cultivado, la cultura y el arte también son sustento.

Desde siempre hemos tenido en nuestra tierra el pan —y que no nos falte cada día—, doble sostén para este pueblo, como alimento y cultura. Y es que sí, ¡qué bueno es, becquerianamente, dormir bien, y roncar como un sochantre, y comer y engordar…! ¡Y qué becqueriana (des)gracia que esto solo no baste! Porque (des)afortunadamente, no solo de pan de Alcalá vive el Hombre en estas tierras.

Y porque tenemos a la mano algo más que pan, estamos de enhorabuena. Porque para cubrir, precisamente, estas humanas necesidades se abrió hace un año un espacio nuevo en la calle Pescadería nº 2. Y llegó por la parte más dura del camino, por la zona más estrecha y privada de la ciudad, por la cara oculta de la foto con cintas, sin orla pública, pero a salvo de públicos infiltrados. Y llegó como una gracia, como la más esperada y bella de las redenciones. Y a pasos largos y firmes, con vocación, sentido y buen gusto, como el que te dejan los vinos de sus estantes entre la charla, se va asentando el lugar y va creciendo, creciendo para provecho de lo humano, de las gentes que buscan sustento.

Que no le falte a la gente este espacio ungido por la palabra. Y a los valientes que, como un cohete, se lanzaron a poner término en Término a tantos años de orfandades y penurias culturales, que no les falten las ganas y la fortuna. Tal vez esto no cambie el resto del panorama en nuestra ciudad, o tal vez sí. Pero, al menos, tendremos un espacio donde acompañar el pan con vino y compartir las otras cosas que también nutren al Hombre.