Opinión - 10/07/2018
"Alcalá frente a su hora decisiva". Alberto Mallado
Autor:
Alberto Mallado

A pesar del empeño en mostrar la historia como un continuo inevitable en el que todo acontecimiento tiene detrás una evolución que lo hace inexorable, la realidad es que con mucha frecuencia, la historia o el azar (aunque tal vez la primera no sea más que la variante ganadora del segundo) sitúa a los pueblos y a sus gobernantes, frente a la hora decisiva. Y de la decisión o de unas pocas decisiones en ese momento clave, depende el destino de pueblos enteros, de civilizaciones o de generaciones.

Tal vez esta introducción sea demasiado grandilocuente para el descenso de escala que le sigue, pero en lo grande cabe lo pequeño. Desde hace tiempo tengo la impresión de que Alcalá se encuentra en uno de esos momentos definitivos. Frente a la disyuntiva que marcará su destino a largo plazo. Plantada a la orilla del camino, exangüe y tentada de abandonarse, de dejarse llevar, de morir mirando las viejas postales del tren de los panaderos y del pueblo que fue mientras todo se desmorona a su alrededor y otras ciudades la rebasan mirándola displicentes con la sonrisa duplicada de una mujer joven y altanera. No es que la ciudad retroceda, es que está parada mientras todo a su alrededor gira. Quedan pocas oportunidades, pocos impulsos para incorporarse y echar a andar. Y aún así habrá que tener cuidado de acertar con la dirección correcta.

Veo a Alcalá en una de esas horas decisivas, a punto de servir en bandeja las llaves para ser definitivamente una esquina olvidada del área metropolitana, un rincón destartalado y sucio donde amontonar trastos viejos, casas ocupadas, parados, pobreza y gente sin futuro ni horizonte. Uno más de estos barrios de la capital que figuran entre los más pobres de España. En el instante liminar en el que se renuncia a la esperanza y se asume la derrota con la complacencia de que con ella llega el final del esfuerzo y la tensión.

Un momento muy triste, sobre todo porque esa esperanza que en Alcalá está a punto de apagarse, no es nuestro caso ni siquiera el sueño de ser mejor que nunca. Hace mucho tiempo que esta ciudad tan sólo quiere volver a ser lo que fue. Un centro económico pujante, con empresarios que marcaban la senda del impulso industrial de Sevilla y de Andalucía. Un lugar al que los pueblos del entorno venían a comprar los artículos que no encontraban en el suyo. Una ciudad donde se asentaban quienes no veían futuro en su tierra. Un lugar aún medido, asequible, hermoso, tranquilo. Una arcadia de la que ahora se borran los últimos vestigios.

Un destino cruel, un desdén patológico y una inoperancia crónica nos han traído hasta aquí. Con el morillo bajo esperando la estocada final. La que busca acabar con el centro de la ciudad, que es lo mismo que acabar con toda ella, porque en él está el alma y un cuerpo sin alma no es más que un muñeco desgarbado y ausente. Así lo dice la historia, el urbanismo y la sociología, por más que  un falso resentimiento de clase, que se equivoca al situar en la geografía lo que corresponde a la economía, se alegre de los males del centro como consuelo de los suyos propios. El colmo de lo absurdo porque la muerte del centro es el fracaso de todos, de los que viven en él y de los que no.

La actualidad señala a la ocupación ilegal como la punta del descabello enarbolado sobre la cerviz del centro. Pero podía haber sido cualquier otra cosa. La faena ya estaba hecha.  Ya lleva en lo alto los puyazos de la pobreza que se extiende como una balsa por toda la ciudad y que impide por ejemplo rehabilitar y volver a dar vida a muchas casas grandes, viejas y costosas de mantener. Alcalá es más pobre que cuando se construyeron esas casas y no hay ahora habitantes para ellas. La pobreza  tampoco requiere de muchos comercios, ni de tiendas de marcas, ni de establecimientos que traigan la última moda o que se distingan por el buen gusto en la decoración. Sólo alumbra fruterías y naves de venta para el sustento; mercadillos para la ropa y bares con ofertas en botellines.

Los gobernantes locales se encargado de darle los arponazos de un abandono sistemático, intencionado y satisfactorio para ellos, que en su ceguera han querido aplicar una especie de memoria histórica vengativa y cruel sobre el centro, confundiendo geografía con historia.

El centro viene ya cansado de los muletazos del  desdén de al menos dos o tres generaciones de alcalareños criados en sus calles que renunciaron a él como símbolo de progreso y que aceptaron la nueva convención social de que la felicidad está en tres metros cuadrados de césped.

No se trata sólo del centro,  claro está. La hora clave la marcan también las infraestructuras que parece que no llegarán a tiempo. El tranvía, uno de los últimos asideros para engancharnos al futuro y que todo hace indicar que también se nos escapará al lugar donde habitan nuestras quimeras, ¿se acuerdan del Parque Tecnológico? El crecimiento empresarial, estancado, salvo excepciones que corresponden a naves de almacenamiento. Mucho suelo y pocas nóminas. O a centros comerciales que contribuyen al deterioro de los comercios locales. La falta de oferta de vivienda para alojar la llegada de nueva población que eleve el nivel económico local. El brumoso sueño del  turismo que acumula planes y proyectos mientras la presencia de un japonés o un nórdico en las calles de Alcalá sigue siendo motivo de extrañeza por lo inusual.

Quedan las últimas esperanzas, los últimos trenes (perdonen la obviedad de la metáfora) o nos subimos o aquí nos quedamos, sentados viendo crecer los jaramagos, mirando los grafitis y preguntándonos “¿cuándo se jodió Alcalá?”. El tranvía, un plan de reindustrialización, medidas para dinamizar el centro, facilidades para los emprendedores, un proyecto serio para el turismo, medidas para solucionar los problemas de las familias que carecen de vivienda de forma ordenada, una política de asuntos sociales que atienda la gravedad de lo inminente y busque salidas permanentes a la exclusión… Los problemas son los mismos que hace 20 años más algunos nuevos.

En esta hora clave hará falta mucho empuje para salvar la ciudad de un destino aciago. Porque Alcalá está petrificada frente al futuro.  Nada se mueve, nada cambia.  La arañan y no grita, las afrentas no la indignan, las urnas no la hacen levantarse. Como una vieja dama que rehúye del espejo, sólo las fotos antiguas le devuelven el brillo a sus ojos.

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