La historia de aquel salvamento es más o menos así. Rafael era un joven de 27 años que trabajaba en un polvero de la calle Castilla de Sevilla, justo enfrente de la capilla del Cachorro, el crucificado que atesora uno de los patrimonios devocionales de Sevilla y una de las obras de arte fundamentales para entender la imaginería española del XVII. Sobre las tres de la tarde del 26 de febrero de 1973 una mujer grita que la iglesia de está quemando y toda la calle se sobresalta. El grito desgarrado se multiplica al comprobar como sale el humo del techo del edificio. Dentro estaba el Cachorro, la imagen ante la que todos habían rezado tantas veces. La gente pedía que se llamara a los bomberos en medio de una situación general próxima a la histeria.
La mente de Rafael se movió con la rapidez de los momentos críticos. Pensó en su iglesia de San Sebastián de Alcalá y en su imagen del Cautivo y sintió lo que sentiría si fueran ellos quienes se estuvieran quemando. Desde ahí su mente trazó una posible ruta para escalar por la pared de la capilla hasta llegar a un balcón superior. Pensado y ejecutado. Apoyándose en unos candelabros adosados a la pared y en una ventana trepó hasta el balcón. Abrió la puerta de un empujón y accedió al interior de un templo en el que no había estado nunca. Allí se encontró un espectáculo dantesco. La iglesia ardía como una tea, las llamas habían convertido a la Virgen del Patrocinio en un montón de cenizas desmoronado en el suelo y las llamas lamían los pies del Cachorro. Aún no se explica cómo pudo atinar a encontrar el recorrido para bajar y llegar a la puerta pequeña del templo. La abrió y comenzó a entrar gente.
Rafael salió corriendo al altar, a socorrer al Crucificado. De nuevo pensó rápido. Sacó las flores de un jarrón y echó el agua de su interior sobre los pies de la imagen que estaban ya ardiendo. Alguien abrió las puertas grandes del templo y las llamas se avivaron al tomar el oxígeno que llevaba desde el interior. Rafael siguió retirando los elementos del altar de cultos que ardían amenazando a la imagen. No le importaron las llamas ni el humo que le entraba en los pulmones. Cuando llegó a su casa llenó dos bañeras de agua negra para quitarse la tizne que tenía por todo el cuerpo.
Había salvado el Cachorro y se había convertido en un héroe. Así ha sido reconocido. La Hermandad le regaló entonces la canastilla de su hijo Rafael, del que su mujer estaba embarazada y un televisor en blanco y negro marca Radiola. Además le entregó el cuadro de la imagen que conserva en su casa como recuerdo de aquella fecha. A los 25 años de aquel suceso volvió a recibir el homenaje de la Hermandad y se le entregó una reproducción en plata de la imagen. Incluso recibió un homenaje en el Ateneo de Sevilla de la mano de Antonio Bustos.
El reconocimiento en Sevilla por aquella hazaña ha sido siempre generalizado por salvar un tesoro devocional y una de las obras de arte claves de barroco universal. Pero él no es hombre de homenajes ni ha buscado nunca el reconocimiento por lo que hizo. Tanto que una ocasión fue a ver salir el Cachorro y cuando se enteró de que ese año lo iban a retransmitir por televisión se dio la vuelta, no fueran a pensar que aparecía por allí para buscar salir en la televisión. Él tiene la satisfacción íntima y verdadera de que el Cachorro de Triana sale a la calle cada Viernes Santo gracias a él.
En Alcalá Rafael ha sido un hombre muy querido, su figura era habitual por el centro de la ciudad, siempre con gesto amable. Cofrade de la hermandad del Cautivo tuvo por sus titulares una gran devoción que inculcó a sus hijos. Entre sus labores en la cofradía del Miércoles Santo estuvo la de ser diputado de Caridad, un cargo desde el que ayudó a muchas personas.
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