Este molino, imponente en su construcción con torre fortificada de tres plantas y que debió tener también función defensiva, es el resto visible de una aldea que con el mismo nombre de Cerrajas aparece en el repartimiento de Sevilla hecho por Fernando III. Vuelve a aparecer luego en el “Diezmo eclesiástico de 1408 a 1503 y en él se habla de un donadío con población estable y templo. De todo ello no queda hoy visible sino el molino y algunos restos de muros. Pero es posible que bajo tierra aún se conserve parte de la historia de esta aldea.
Lo que aún puede verse hoy asombra por su entidad constructiva en un entorno puramente rural. El molino tiene tres cuerpos. En el centro su imponente torre de unos doce metros de altura y que ya ha perdido el remate almenado que confirmaba su función defensiva. A un lado, la nave de molienda, cubierta por una fuerte bóveda de cañón en cuyo anterior, anegado ahora de tierra de las avenidas del río, se situaban las piedras de moler. Al otro lado una construcción adosada a la torre que posiblemente sirviera de vivienda, almacén o como dependencias anexas a la sala de molienda y que ha perdido su techumbre. A su alrededor se dispone un amplio sistema de conducción de aguas, con una azuda de mucha entidad para represar el agua del río y darle fuerza al pasar bajo el molino, de forma que pudiera hacer girar las piedras que molían el trigo.
Pero en Cerrajas estamos ante mucho más que un molino harinero y tenemos también un elemento defensivo de primera categoría. Su torre debió servir de refugio a la población de la aldea aledaña en caso de ataques en la convulsa frontera entre cristianos y musulmanes de los siglos XII y XIII. La antigüedad del molino debe cifrarse por ello al menos como anterior a esta fecha. La Carta Puebla de Alcalá de Guadaíra, fechada en 1280, dice que la aldea de Cerrajas sufría despoblamiento desde hacía cuarenta años, es decir desde la conquista cristiana del Castillo de Alcalá de Guadaíra. Pero el molino siguió trabajando y su torre fue vigía para la protección del Castillo en un punto intermedio entre Sevilla y Alcalá de Guadaíra. Según Luis Francisco Flores, de la Universidad Pablo de Olavide, esta función la compartiría con otros tres molinos con torres almenadas situados en el curso del Guadaíra: Realaje, Aceñas y Algarrobo (con el que guarda gran similitud en cuanto a su estructura). De esta forma, el molino fue primero defensa de los árabes frente a los cristianos que realizaron incursiones por la zona desde 1189. Y luego al contrario, tras la conquista de la fortaleza alcalareña en 1246, frente a invasiones como las de los benimerines de los años 1275 y 1277.
Su larga historia también ha creado leyendas alrededor de este molino. Parece lógico pensar que su nombre se deba a la abundancia en el entorno de la planta del mismo nombre. Pero el Padre Flores en sus “Memorias históricas de la villa de Alcalá de Guadaíra” de 1833 refiere que “no falta quien declara que perteneció a un moro al que llamaban Cejas Rajadas, por lo rasgado de ellas”. Ya entonces se lamenta el autor por “su faz ajada y penosa”
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