En los tiempos de máxima ocupación del cerro fortificado tras la conquista cristiana, la población se extendía por la falda del Castillo hasta las proximidades del río, con la iglesia de San Miguel como centro. Para protegerla y cerrar el reciento se construyó una coracha que bajaba desde la zona sur de la zona superior fortificada hasta el río. En esa muralla se levantó la puerta que hoy conocemos como arco de San Miguel, en la calle San Fernando (calle Ancha).
Puesto que el otro acceso fundamental que tiene el Castillo es la Cuesta de Santa María, que no es accesible para vehículos, la llegada de vehículos a la fortaleza ha tenido que pasar obligatoriamente por este punto. Ello suponía problemas de comunicación, su anchura no daba para el paso de dos vehículos a la vez, ni tampoco para el acceso de autobuses. Pero también ha dejado huella en el arco, en el que es visible la pérdida de materiales constructivos y los “arañazos” dejados en él por los vehículos más altos.
La ocupación del cerro y de sus cuevas por familias de escasos recursos durante el siglo pasado aprovechó en ocasiones los propios lienzos de muralla como paredes de las viviendas. De esta forma parte de las construcciones han quedado “embutidas” en las nuevas construcciones. Así le ocurrió al arco, que ahora ha sido despejado de las que existían en uno de sus laterales, pero no así en el lado contrario. En cualquier caso, la visión de la estructura resulta ahora más limpia. La antigua puerta de acceso ha quedado ahora como acceso peatonal a la zona, si bien sigue a la espera de una restauración integral de esta parte del recinto fortificado.
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