Al menos desde los primeros atentados desarrollistas del tardofranquismo, pero sobre todo con el transcurrir de los años ochenta y noventa del pasado siglo, se convirtió en un tópico recurrente aceptar el abandono y la destrucción que estaba sufriendo el patrimonio alcalareño. Salvo honrosas excepciones muy cercanas en el tiempo, como las restauraciones de algunos de los molinos del río Guadaíra, las actuaciones puntuales sobre el castillo o las exitosas obras del puente, la degradación patrimonial alcalareña ha continuado más o menos activa hasta nuestros días.
Los efectos de este proceso degenerativo casi endémico resultan especialmente evidentes en la fisonomía de la ciudad: Solares vacíos en pleno centro, fincas urbanas convertidas en aparcamientos, construcciones de dudoso gusto estético, ausencia efectiva de protección patrimonial, erráticos alineamientos de fachadas, inexistencia de una elemental unidad de criterios en cuanto a mobiliario urbano, pavimentos, áreas ajardinadas…Todo esto ha terminado propiciando que en la actualidad, más que considerar siquiera la existencia misma del concepto de casco histórico, quepa más bien reconocer en Alcalá solo a determinados elementos patrimoniales conservados milagrosamente y emplazados de manera aislada en un entramado urbano que es totalmente ajeno a ellos.
Dentro de este caótico contexto, sobrevivía hasta hace poco un espacio donde parecía que no habían llegado del todo los desastres del abandono y la destrucción. Un lugar que, sorprendentemente, todavía evocaba ese paradigma del tipismo meridional y esa belleza romántica del pueblo que alguna vez fuimos y que tanto contribuyó a nuestra imagen identitaria. La Cuesta de Santa María, la popular Cuesta del Águila, es una calle que perteneciendo al centro urbano se aleja de él ascendiendo hasta el recinto del castillo. Decana de las calles alcalareñas, escenario de uno de nuestros ritos colectivos más ancestrales, mirador privilegiado, recoleta, rústica y a la vez distinguida, la cuesta de Santa María destaca sin duda por su enorme valor patrimonial en el más amplio sentido del término.
De un tiempo a esta parte, el estado en que se encuentra la Cuesta del Águila está siendo protagonista en los medios de comunicación y en los debates políticos locales, aunque no por ello se haya visto mejorada su situación desde que se desataron las primeras alarmas. Cada vez más despoblada de vecinos, con emblemáticos edificios de titularidad pública como la Casa Ybarra o Villa Esperanza abandonados a su suerte, esta calle está sufriendo como nunca antes el embate de la marginalidad, el vandalismo y la dejación. Se está convirtiendo en un lugar fantasma, en una simple calleja decadente y algo sórdida que sube hasta un descampado lleno de matojos.
Precisamente, el problema de la cuesta del Águila está muy relacionado con la situación de desamparo en la que ha quedado el castillo después de su última restauración, hace año y medio: puertas forzadas, barandillas metálicas robadas, muros de tapial recién restaurados marcados ya por el hollín de las fogatas, cristales rotos, basuras…La muralla norte, la Torre Mocha y el entorno del santuario no se libran tampoco de la visita diaria de los vándalos cuando llega la caída de la tarde.
La única política que se conoce en Alcalá a favor del patrimonio es simplemente la de restaurarlo. No hay visión de conjunto; por supuesto no hay entorno patrimonial, ni puesta en valor, ni vigilancia, en algunos casos ni siquiera mantenimiento. Es la política cortoplacista que huye de cualquier planificación para actuar simplemente a través del impulso, de la idea feliz, de la urgente reacción ante las circunstancias.
La solución al eterno problema patrimonial del castillo y su entorno no vendrá nunca de la mano de medidas puntuales y aisladas, por muy llamativas que sean. El caprichoso emplazamiento de la Escuela Oficial de Idiomas en Villa San José, después de una completa rehabilitación, no contribuyó precisamente a revitalizar la zona. El centro de interpretación que parece ser se ha acondicionado en el interior del antiguo depósito del Águila tampoco lo hará. No será así a menos que se emprenda al mismo tiempo una política patrimonial que englobe a todo el conjunto, de norte a sur y de este a oeste, desde las ruinas del molino del Arrabal a la iglesia de Santiago y desde las riberas del río hasta El Punto. Y por supuesto, todo ello teniendo siempre presente que lo principal es acabar con los focos de marginalidad y pobreza del antiguo arrabal de San Miguel. Claro que esto traería al político la contrariedad de poner en práctica una ambiciosa planificación responsable y a largo plazo. La misma que, habiéndose emprendido hace veinte años, ya estaría dándonos sus beneficios.
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