Hermandades - 16/08/2012
La procesión de la Virgen del Águila resultó una multitudinaria recreación de la esencia histórica de Alcalá
La pervivencia de un pueblo
Autor:
Alberto Mallado
La pervivencia de un pueblo
El 15 de agosto, Alcalá se transforma, el manido tópico cofrade va más allá del ripio y adquiere categoría histórica y sociológica aquí. Alcalá vuelve a ser el pueblo que fue. Un pueblo grande y con un estilo en sus modos y maneras que siempre lo alejaron de la rudeza rural del entorno. Un pueblo que para lo bueno y para lo malo, salvo el 15 de agosto, el Jueves y el Viernes Santo, ya no existe.

Porque el día de la Virgen del Águila, todo tiene la medida perfecta y responde al rito adecuado, a la costumbre antigua; o nueva pero perfectamente encajada en el conjunto de la jornada.


Para empezar, el punto de partida de todo en este día, coincide con el origen histórico de la ciudad: su Castillo. Olvidado por muchos durante el resto de año y convertido solo en una postal que se contempla de lejos. Un cuadro para enmarcar, que guarda dentro el resultado de la desidia de un pueblo por sí mismo: basura, destrozos, pintadas, abandono… Y en medio del olvido, toda una lección, el Santuario de la Virgen, cuidado y atendido. Un contraste que da que pensar.


La Virgen es hoy protagonista de un rito exacto y medido. Con los primeros rayos de sol, asomada al dintel de la puerta para recibir los primeros brillos del astro. A la tarde, ya fuera del templo para recibir las últimas luces de la mitad de agosto.

Quizás sean cosas que no tienen especial trascendencia para muchos, pero que son el hilo que cose a unas generaciones con otras. Como el rito de las vareteras y las jazmineras que pespuntean de jazmines y nardos el lienzo de la estampa del paso de la Virgen. Como la simbología, antigua y hermosísima de las palomas en el paso. O como el Águila de la peana que recuerda la hermosa leyenda, de la Virgen que volvió de un olvido de siglos tras la Conquista cristiana por propia voluntad.


Hay también tradiciones nuevas, un contrasentido de amplia aplicación por estas tierras, pero que aquí se conjuga con acierto. La designación del pregonero o el último y hermoso rito de la alternancia de cuadrillas para llevar a la Virgen, que la hace aún más alcalareña. Ayer correspondió el honor a la de la Virgen de la Oliva, que le dio un espléndido paseo por Alcalá.


Del Castillo a Santiago y el barrio bajo, siguiendo el propio camino que tomó Alcalá en su expansión tras dejar las murallas de la fortaleza. En la Cuesta de Santa María, la procesión muestra las vergüenzas de Alcalá. La que fuera calle señorial y fachada de la población desde los caminos de Utrera y Dos Hermanas, “luce” hoy los despojos de Villa Esperanza y de la Casa Ibarra, abandonadas a su suerte por su propietario, el Ayuntamiento, que ni porque van a pasar por ahí miles de personas, da para más que un blanqueado y un barrido de los jardines frente a la Casa Ibarra, a la que Joaquín Sanabria dio aires palaciegos y el Consistorio ha convertido en un doloroso destrozo de nuestra historia.


Y más abajo, de nuevo otro contraste, la iglesia de Santiago luce restaurada, con el dinero de los feligreses y de los alcalareños, hermosa y limpia con el nuevo azulejo de la Virgen del Socorro. Unos destrozan el patrimonio y otros lo salvan. Las piedras ponen a cada uno en su sitio y la procesión de la Patrona, que tiene el título de alcaldesa perpetua de la Villa, muestra el panorama a sus vecinos.


En todo el recorrido, pero sobre todo desde la calle Herrero (hermosamente engalanada por sus vecinos) hasta la Plaza Cervantes, la presencia de los alcalareños se hace masiva. Ambiente de día grande. Más este año que en los precedentes incluso. La multitud arropa a la Virgen en la calle Nuestra Señora del Águila y se ha ce bulla frente al Asilo o las Clarisas. Hay quien ha vuelto de la playa y quien no se ha ido aún a la espera del “permiso” de la Virgen.


Hay también quien este año se ha quedado en el pueblo por causa de la crisis y piensa “¿qué he hecho yo estos años en la playa un día como este?”. Y pasea por las calles del centro a las que la desidia de los propios alcalareños, su novelería congénita y las señales de tráfico dejan el resto de los días convertidas en un triste páramo, paisaje autóctono de ciudad dormitorio. El que fuera veraneante otros años, hoy saluda a unos y a otros, recuerda otros tiempos. Echa de menos la Alcalá señorial, con aires de capital de los pueblos de la comarca de los cincuenta y los sesenta. Hoy la Virgen le atrasa el reloj a Alcalá y le regala un día grande, de pueblo en fiestas por su patrona.


Muchos la acompañan por Alcalá y Orti y se empeñan en volver con ella al templo. Las campanas la despiden desde la torre que fue alminar (ahí es nada la historia de Alcalá). Tocan a gloria, el día lo merece. Al día siguiente deberían doblar por la Alcalá que ha muerto y que cada quince de agosto revive como el sueño de todo lo hermoso que perdió en el camino.

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