(Apuntes en la polémica entre Flo y Manu)
Hace poco colgué en mi facebook un artículo del director de Guadaíra Información, Alberto Mallado. No había ánimo de hacerle la pelota, al menos no de manera consciente, me movió una urgencia por mostrar un arrepentimiento que me viene acechando desde hace tiempo y que sus minuciosas palabras venían a glosar.
Ese arrepentimiento no es otro que el no haber sabido experimentar la Semana Santa, alcalareña y sevillana, en todo su esplendor cuando venía casi a exhibirse en mis narices. De mozalbete si que fui más de una vez al Calvario, aunque era más que nada una excusa para quedarme hasta tarde por ahí de danza. El Cautivo fue por algunos años solamente aquel evento coñazo que me impedía volver rápido a casa tras una tarde jugando al fútbol. Así era de paleto, de ignorante.
Ya en la edad adulta, siendo consciente de que la Semana Santa era algo serio, profundo, jamás logré captar aquello de lo que precisamente Alberto hablaba en su artículo: la belleza. Y ha sido ahora en la distancia cuando he comenzado a comprenderlo.
“Porque la Semana Santa, además de la belleza, también nos ofrece el pincel con el que darle pátina a los recuerdos”
Y creo que esta frase encierra el detonante y la explicación a mi arrepentimiento. A la Semana Santa yo asociaba las vacaciones, la llegada de la primavera, ese color, esa luz distinta que nos embadurnaba de vida, el olor a incienso, sensaciones que en la capital de las nubes perpetuas, osea Londres, he dejado de vivir. Es algo como que mi reloj biológico me prepara para recibir todas esos estímulos, y al no encontrarlos, mi mente los reproduce espoleando la melancolía de paso. Y en esas que la memoria te atiza con imágenes de un Cristo en una esquina, una Virgen meciéndose, el sonido de la saeta cantada por un vecino o una gélida madrugada y dos pasos saludándose y la contemplas, ahí, en tus recuerdos, escondida en algún hueco olvidado entre neuronas, esa belleza, precisa, que Alberto describía, una belleza de la que siempre habías pasado, una belleza que ahora te arrepientes de no haber exprimido hasta caer extenuado.
Y en estos arrepentimientos me hallaba sumergido cuando que me he ido a enterar en la distancia de esta polémica entre humoristas a colación del reportaje cómico sobre la Semana Santa del programa “Así nos va” capitaneado por Florentino Fernández. No me explayo sobre lo sucedido porque estimo que más o menos todos estuvieron al tanto del asunto, y si no rebusquen entre los videos que rulan por internet o estén más atentos a los #trending topics.
A mí lo que me interesa de la polémica es la reflexión que podemos derivar acerca de los límites del humor. ¿Debe ser el humor absolutamente libre? ¿Puede traspasar el humor ciertos límites, véase morales, estéticos, religiosos, políticos? ¿Es legítimo un humor aunque ofenda a una mayoría?, etc. Y la disculpa pública del programa de Flo me ha decepcionado hondamente, porque con esas disculpas viene a contestar negativamente a esas preguntas y creo que esa respuesta es el más flaco favor que le podemos hacer al humor y a nosotros mismos.
Y es que en en mi opinión el programa “Así nos va” nunca debió haberse disculpado. Intentaré explicarme.
El humor actúa como el libre mercado, se autorregula y la mayor descalificación para el programa “Así nos va” viene dado por ese recurso de tan fácil idiota a los chistes fáciles, simplistas, y muy manidos como el de asemejar a los nazarenos con los del ku-kus-klan. ¡Por favor! Cuando lo vi no me sentí herido ni una pizca como Andaluz. Lo que padecí fue más bien una suerte de vergüenza ajena porque un programa de tal hechura tenga hueco en la parrilla nacional. Es el mismo sentimiento que se me dispara cuando alguien para hacer la gracia, delante mía, se pone con “grasia” a imitar el acento andaluz, a repetir hasta la saciedad “mi arma”. Eso a mi no me ofende, esa persona automáticamente se está desprestigiando a sí mismo en un ejercicio de catetismo contumaz. Porque no nos confundamos, eso no es humor, eso es hacer el gilipollas.
Y con un humor bien hecho, que no por ello lo tenemos que llamar inteligente, que hubiese tratado la Semana Santa con garbo quizás los andaluces podríamos habernos recreado con ese ejercicio tan sano que es reírse de uno mismo. Es por eso que el ataque de Manu Sánchez contra ellos me pareció de quitarse el sombrero, armándose de afilada ingenio y atronador sarcasmo desaprobó el paupérrimo hacer de sus colegas de profesión: que a dónde van con esos chistes de pena, que para engendrar un humor tan chabacano y cobarde mejor que se retiren y den paso a otros. Pero no, al final el Manu se me torció y en un arranque casi mesiánico, erigiéndose portavoz de los pobres andaluces ultrajados, casi que vino a decir que no todo vale en el humor, y lo peor que hay determinados temas que mejor no tocarse.
Y es ahí donde no me caso con el señor Manu Sánchez, con ese aire de agravio con el que fue impregnando su monólogo. Porque Manu se tendría que haber sentido ofendido no como Andaluz, sino como humorista. Desaprovechó el arma letal que esconde todo cómico: la risa. Manu no se reía de ellos, de la mezquindad ridícula de sus chistes, de lo previsible de sus burlas, no se reía de la absoluta carencia de originalidad de sus salidas; Manu al final les reñía. Y es ahí donde creo que su crítica quedó desacreditada.
Una pena, otra oportunidad de decirle a los de ahí arriba que estamos tan orgullosos de ser andaluces que cuando alguien se mofa de nosotros de una forma tan ramplona, no sólo nos reímos de ellos y de sus dolorosas por paupérrimas ocurrencias sino que encima les enseñamos a saber cómo hacerlo acometiendo un magistral ejercicio de parodia. Si el Manu hubiera echo eso, yo habría querido un hijo suyo.
Así que las disculpas del programa “Así nos va” de Florentino Fernández se me antojan de una cobardía preocupante. Un cómico no debe disculparse nunca ante a los que puede haber ofendido, porque el humor es libre y los límites le dan alergia, y un humor con fronteras es un humor marchito, capado y sin brío. En todo caso, si cabe, un cómico debe excusarse por hacer un humor mustio, plano, y ramplón, como el que vimos en su programa; así pues Flo y su equipo no le hicieron sólo un flaco favor por el nulo nivel de sus chistes aquel día, sino por haberse disculpado por los mismos cuando el twitter y las redes sociales empezaron a echar humo.
Y es que para mí la libertad que una sociedad le da al humor es la libertad que se da a sí misma.
(Frase grandilocuente con la que acabo, discúlpenme ustedes, no estaba preparado, a veces sale así).
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