Inspirándome en la metáfora que Antonio García Calderón utiliza en su magnífico último artículo a cuenta del modelo de ciudad y del contenido del mismo, me vengo yo a preguntar aquí también acerca del modelo; pero mientras que Antonio hablaba del continente yo quiero desmantelar el contenido. Si Antonio hablaba del traje, yo quiero hablar del cuerpo que se enfunda ese traje, y si puedo de su espíritu.
Porque si la pregunta por el modelo de ciudad que queremos y que nos podamos permitir es pertinente, ya que son en las épocas de crisis donde se deben reformular y revisar los modelos, es igual de pertinente, por no decir urgente, revisar el modelo de sociedad que queremos y que nos podamos permitir para que habite esas ciudades.
Y tiene toda la pinta de que el barco está a la deriva. Y más que plantear modelos o plantar raíles o patrones, siguiendo la metáfora del costurero, parece ser que los que nos gobiernan están jugando con el mismo azar con el que unos ganas y otros pierden al parchís. Y hablo de nivel local, provincial, autonómico y nacional.
Pero no es este un artículo donde la diana de la metralleta de palabras apuntará a los políticos. Me aburre ya cargar contra ellos. Está claro que son una banda deshonrosa de ineptos cuyo ancho de miras es el de un bizco con siete dioptrías y sin gafas, cuando no se demuestra que son viles y corruptos o cuyo máximo interés no es el bien común -sea cual sea la ideología que crea más eficiente para alcanzarlo- sino el bienestar de ellos mismos y su camarilla. Y por supuesto que habrá muchas excepciones a esta injusta generalización, lobos esteparios en peligro de extinción a los que de pronto nos vamos a descubrir dando el pésame. La reforma educativa (no sé cuantas van ya), la reforma sanitaria, el desmantelamiento industrial, la desconfianza en la investigación, la apuesta por negocios como el de convertir la capital del reino en el casino de Europa y un largo etcétera nos dan muestra de cuál es la situación. Y en los otros niveles la cosa no mejora.
De esto ya hablan los periódicos, radios, televisiones y sus opinadores a sueldo. Unos las apoyan esgrimiendo que no queda otra porque la alcancía está rota, otros que estamos cometiendo un suicidio colectivo. Pero el problema de fondo no es esta disparidad de posturas, el problema es que no hubo, ni había, ni hay ni se quiere poner un puñetero modelo al que seguir, al que ajustarse. Aquí los modelos se cambian a cada nuevo gobierno, y con cada nuevo gobierno un poco más que nos marchitamos.
Y yo creo que la clave está en que nosotros, tú y yo, alcalareños, sevillanos, andaluces y españoles nos preguntemos qué carajo de sociedad queremos. Y pongo un ejemplo. Hace unos meses fui a sacarme el carnet de conducir inglés. El patrio se me estaba caducando y me dije que bueno, era menos follón burocrático pasarme al británico. Tengo gafas, pero puedo conducir perfectamente sin ellas así que yo pensaba que como en Alcalá tendría que irme a un médico para que me hiciera recitar letritas cada vez más pequeñas y que éste actuara de garante de mi capacidad visual para circular sin ellas. Resulta que no. Que los ingleses se fían de mi palabra. No tengo que perder mi tiempo en ir a un centro médico, ni mi dinero. Soy yo quién digo, en el formulario, si las necesito o no. Ellos piensan que como ser responsable que soy o al menos debo ser, tengo perfecta consciencia que se juega uno al volante, y que si necesito de ayuda óptica seré yo mismo quién me las provea y que si soy uno de esos cuatro ojos al volante seré también yo mismo quién se lo comunique a ellos.
Se fían de mí. Y lo hacen porque saben que aunque haya un pequeño índice de tramposos, truhanes y aprovechados, su sociedad está regulada de tal manera que la honestidad se premia y la mentira se castiga con saña. Y si un inglés gafotas miente en ese formulario no va a su otro colega gafotas y se lo refriega en sus narices haciéndole ver lo capullo que es por hacer lo correcto. Si el gafotas inglés miente en el formulario se lo calla avergonzado y reza para que sus amigos no le descubran.
El modelo de sociedad se construye en tu familia, en el patio de vecinos de la calle San Sebastián donde yo me crié, se moldea en las cofradías, en las casetas de ferias, tomando unas tapas con unos amigos. El modelo de sociedad que tenemos se ha fraguado en nosotros mismos. El modelo de sociedad se cimento cuando reímos, aplaudimos y admiramos conductas viles a las que deberíamos darles las espaldas; y machacamos y nos mofamos de la gente que intenta ser honrada. Cuando el honrado se le toma como bicho raro mal vamos. Y en eso, me temo, cada uno de nosotros ha sido culpable. Y quizás admitir ese error nos ponga en buen camino.
Hay que exigirles a los políticos y luchar para que no sigan desplumándonos, la calle, el pueblo y el país. Pero creo que debemos empezar por nosotros mismos. Hacer un ejercicio de autocrítica y quizás descubramos que las únicas manos que nos van a sacar del atolladero son las nuestras, trabajando en equipo. Y que no estaría mal sancionando, negándoles el saludo, aislando o si se les quiere avisándoles de que están haciendo mal a aquellos que perpetúan un modelo de conducta que se aprovecha de los demás. A aquellos que perpetúan el modelo de sociedad en el que estamos encerrados, un modelo donde el mentiroso, el aprovechado, el embustero, el cuentista, el embaucador, el farsante, son vistos como héroes y los honrados, honestos, justos y rectos como tontos.
Así que ¿cuál es el modelo de sociedad? Creo que estamos aún lejos de saberlo, pero podríamos empezar a atisbarlo cuando el que actúe moral y éticamente sea prototipo y ejemplo y que no tenga nunca jamás que esconder sus acciones debajo de la alfombra por vergüenza. Y cuando estemos ahí, atisbándolo, también quizás tengamos más fuerza y derecho para exigirle a los políticos lo mismo.
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