Puede que no lo sepa. Puede que no haya ninguno en la zona donde usted vive. Puede que considere que no vive en un barrio. Entonces quizá no le interese lo que voy a contar.
Yo tuve la suerte de criarme en uno. Aunque hace ya unos años que no vivo allí, el Barrero aún sigue siendo mi barrio y me temo que lo será siempre. Lleva razón el poeta con eso de que la verdadera patria es la infancia.
El Barrero es ese lugar de transición entre el Centro y la expansión por el este de las Barriadas (adoro esta palabra) de los Toreros, Malasmañanas y Ambulatorio. Aunque en la toponimia alcalareña es antigua su denominación, podemos considerarlo también de la Transición en lo temporal, ya que es entre finales de los setenta y principios de los ochenta cuando adquiere su morfología actual. Síntoma de los nuevos tiempos que llegaban, la calle a la que nos mudamos, que tenía nombre de un General, pasó a llamarse como nuestro hermano pueblo vecino por ser antaño el camino que a éste llevaba. Sus límites son difusos y hasta podemos encontrar zonas mixtas que se solapan con otros barrios próximos en el caso de que tuviéramos que plasmar en un plano su extensión. Sus bordes responden más a la experiencia vital individual que a lo físico, incluso podía cambiar y crecer en función de lo lejos que tu madre te dejaba alejarte de casa en aquellos tiempos en que aún se podía jugar en la calle.
Los míos acababan, hacia el oeste, en los Salesianos, que era el colegio de mi barrio y al que iba andando, como debe ser. De camino podía descubrir cada mañana los coloridos frutos de nuestras huertas en la puerta del Pículi, echarle una furtiva mirada a la portada del Interviú si tenía la suerte de que reposara en una de la sillas junto al cristal de la peluquería de Joselito, disfrutar del aroma a pan recién hecho de la panificadora Juan José, admirar el milagroso y optimizado espacio de la mercería de la siempre risueña Gertrudis, o inquietarme con el misterioso mundo de los molinos de la fábrica de harinas La Modelo, cuyo silo tenía el porte elegante de un rascacielos neoyorquino. Estas experiencias, imprescindibles para un niño, hubiera sido imposible sentirlas desde el asiento trasero de un coche. La frontera de mi territorio por su extremo oriental estaba en un matadero que pasó de sacrificar animales a ser una Casa de la Cultura y dar cobijo a sacrificados estudiantes, y en la fábrica IDOGRA, donde lentamente floreció un parque con vocación de Central Park, una de sus naves se convirtió en un digno museo gracias al buen hacer de su director Paco Mantecón.
La carnicera de mi barrio se llamaba Paulina y regentaba su establecimiento en la misma plaza del Barrero. Esta pregunta aparentemente inocente sobre quién le despacha la carne está cargada de fondo. La lanzó en el barrio madrileño Virgen de Begoña la plataforma Paisaje Transversal, un colectivo que anda trabajando en los barrios en contacto directo con los vecinos, con propuestas e iniciativas que pretenden involucrarlos en acciones que refuercen el sentimiento de pertenencia al mismo, haciéndolos protagonistas activos de las demandas al Ayuntamiento para las mejoras de su entorno más próximo. Esta pregunta funcionó a modo de revulsivo y fue un preciso indicador de cuál es el pulso del lugar en que uno habita. Porque no solo de aceras vive el hombre.
Los barrios son sobre todo las personas y las actividades que le dan vida. En la cola de una carnicería de barrio se puede conversar, al menos se pide la vez, sabe uno cómo se llama el carnicero, y éste se sabe tu nombre y cuáles son tus gustos. Lo mismo pasa en la frutería, la pescadería o la panadería. El barbero te pela sin preguntar, porque conoce tu corte, y en la cafetería solo tienes que saludar y te sirven el café con la justa proporción de todas tus manías. Barrio son también sus equipamientos como soporte de la actividad vecinal, como lugar de encuentro y semillero de proyectos colectivos. Un barrio vivo está cohesionado si no es excluyente y en él convive una población mezclada, si cuenta con identidad propia y es capaz de tomar la iniciativa en su propia gestión.
Últimamente en nuestras ciudades lo que más se ha planeado son urbanizaciones (detesto esta palabra), dominios uniformes donde se agrupan vecinos del mismo perfil y en los que para comprar un litro de leche hay que gastar un litro de gasolina. Sobre el papel se equilibran las nuevas áreas con equipamientos y otros usos de actividades terciarias, pero su destino acaba siendo residual y la mayoría de la veces poco viables. Es verdad que un barrio no nace, se hace, pero está claro que no son sostenibles estos nuevos desarrollos urbanos extensivos donde el monocultivo residencial deja poco espacio a otros usos que potencien la convivencia entre sus habitantes y generen actividad. Cada uno acaba viviendo donde quiere, o donde puede, pero creo que es necesario que nos replanteemos qué modelo de ciudad queremos para el futuro: si el modelo expansivo sin pulso, o volver a la ciudad híbrida y densa que genera barrios vivos.
Ahora que llegan fechas tan señaladas, haga un esfuerzo y compre en su barrio, y si considera que no vive en uno, vaya al que le coja más cerca. Qué morriña me ha entrado después de comerme una magdalena (de Proust) en la Nueva Florida de la Plaza de la Almazara. Siempre me quedará el Barrero.
@AGarciaCalderon
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