El lunes 17 vuelvo a meterme en un aula, vuelvo a abrir la puerta a todo un curso de experiencias. Mentiría si escribiera aquí que es el comienzo de una tortura insoportable que estoy deseando que termine. También mentiría si escribiera que es trabajo fácil y cómodo. Me siento privilegiado de querer lo que hago y de, a veces, hacer lo que quiero. Vuelve a rodar el curso en el IES ALBERO (donde intento enseñar) como en los otros institutos alcalareños, como ya ha empezado a rodar en los colegios.
Un curso no es un paréntesis entre dos veranos, no es el término marcado, la excepción obligada y penosa en una vida de vacaciones y ocio. Un curso académico es un acontecimiento importante, crucial, que no se repetirá en la vida de miles de chavales alcalareños. Va indisociablemente anclado a vivencias personales, a cambios físicos y mentales, al tiempo en que los empujones del calendario todavía no nos suenan a música conocida. Tampoco es un paréntesis penoso para muchos maestros y profesores que arrancan a su trabajo jirones de vida, que llenan de implicación un trabajo que no puede ser intrascendente.
Vivimos tiempos complicados para valorar la enorme trascendencia de la Educación. Nos hemos acostumbrado al desprecio por el conocimiento, a la exposición impúdica y contagiosa de la mediocridad y la mendacidad, a la vanagloria de los ignorantes. Es un privilegio, y una obligación, aprender. No nacemos humanos libres, informados, independientes, críticos, capaces. Tenemos que llenar la biología esencial e incompleta con que venimos al mundo de inteligencia, conocimientos, sensibilidad, empatía, respeto. Tampoco nos basta el entorno familiar o social para convertirnos en hombres y mujeres cultos, justos, cabales. A veces el entorno empuja, a veces amarra. Tiene que existir la Educación como institución social. Y de la mayor calidad posible.
Tampoco son buenos tiempos para las instituciones educativas. El desprestigio y el menosprecio inducidos por la más poderosa y ubicua estupidez (individual, social, política…) ha llevado a mucha gente a no ser capaz de apreciar la enorme trascendencia de lo que pasa o debería pasar en nuestras aulas; el aprendizaje. No, no está todo al alcance de un click. La ignorancia es el mayor desastre que nos puede pasar como humanos. Nos nubla, confunde, atenaza, nos roba libertad. Nos hace más cerriles, más necios, más temerosos, más brutales, más manipulables. Nos roba protagonismo y nos convierte en comparsas. Precisamente en el momento de pleno acceso de la población a la formación. Ahora que tenemos los mejores medios. No podemos permitirnos malgastarlos, desaprovechar la oportunidad de oro de convertirnos en mejores seres humanos. La necedad política ha conseguido la enorme estupidez de poner palos en las ruedas de un sistema educativo cuya eficiencia y calidad necesitamos más que nunca. Intentaré que se queda fuera cuando cierre la puerta de mi aula.
Es completamente lógico que vuestros hijos refunfuñen el lunes camino del cole o del instituto. Igualmente esperable que lo hagan maestros y profesores camino del tajo. Pero tanto unos como otros deben ser conscientes de la maravilla que están a punto de propiciar; convertir el esfuerzo, la atención, las ganas de aprender…en conocimiento, en crecimiento como humanos, en aprendizaje.
¡Feliz curso, queridos!
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