Viernes, hace unas cuantas semanas. Un buen amigo me llama desde su coche de vuelta de un viaje de trabajo. Me pregunta si los planetas están alineados. No es que seamos aficionados a la astronomía, es la expresión que en nuestra particular jerga de aspirantes, o más bien, de ya consumados puretas, usamos para comprobar si existe la remota posibilidad de ir a tomar algo por la noche, circunstancia tan poco usual últimamente como que Saturno y Venus, junto con la Tierra, coincidan en el mismo eje. Pero aquel día sí ocurrió. Yo andaba en un atasco en Sevilla intentando llegar a la salida de la carrera nocturna del Guadalquivir y la furia de Júpiter, otro de los alineados, descargaba un aguacero que me dio la excusa perfecta para el cambio de planes, decisión que agradecieron mis piernas en baja forma.
Como la ocasión era propicia, nos citamos en un lugar a la altura de las circunstancias, que como dice su dueño Gonzalo, Gastro queda en Gastrogon. Suena parecido astronomía y gastronomía, solo una letra las diferencia. Curioso. No es de extrañar que a sus más afamados representantes los señores de la guía los distingan con estrellas. Y como la noche iba de eso, de constelaciones estelares, la velada nos tenía reservada la sorpresa de encontramos en la taberna con dos estrellas del rock, Miguel Rivera y Cesar Díaz, la mitad alcalareña de Maga, dos que también habían alineado la otra mitad del sistema solar. Nos invitaron a compartir mesa. Mientras desde la cocina orbitaban sobre nuestras cabezas los platillos volantes, nos contaron que acaban de compartir escenario con Loquillo en el festival Sonorama en Aranda del Duero. Hablar del Loco nos trajo a todos a la memoria aquellos primeros discos de vinilo, las fiestas de navidad en las casas viejas y los bares a los que acudíamos con decisión esperando que nos dejaran pasar a pesar de no tener la edad suficiente, en los que siempre había algún hermano mayor que nos avalaba. Muy cerca de donde estábamos cenando, la calle Jardinillo y su entorno era un hervidero en aquella época. Salieron a relucir nombres como la Fragua o el Rámala. También el Copete en sus dos versiones, la primitiva donde los soldados de permiso del cuartel de las Canteras eran una amenaza para nuestras chicas, y su posterior remodelación en los tiempos de la Expo, contagiada de la arquitectura de sus pabellones, que sorprendió a todos con una entreplanta transparente en la que muchos conseguimos imaginar lo que era imposible de ver.
Después de dar cuenta de un ligao de Baltanás, un clásico según reza en la carta de sugerencias de Gastrogon, nos encaminamos al Paraíso a continuar apurando la escurridiza alineación planetaria. La calle Sor Emilia nos hizo de pasaje y agujero de gusano, de atajo en el viaje en el tiempo desde nuestro particular pasado de bares y otros lugares. Al doblar la equina de la calle Sol, el punto en el que a su alrededor giraba todo, un cartel nos traspasó el alma. Y no solo en el sentido metafórico, también en el literal: “SE TRASPASA”. - ¿El Resbalón se traspasa? - Fue la pregunta que los cuatro nos hicimos a coro. Después vino un ceremonioso silencio que, como dice la canción de Maga, nos quitó las ganas de seguir viviendo en la ciudad más triste. La Plaza del Paraíso era un agujero negro tan solo alumbrado por las máquinas de vending, abiertas las 24 horas, en las que puedes comprar de todo, tanto lo humano como lo divino: un lugar encendido … donde … no hay mañana, donde … no existe el sol, donde … no llega nadie. (1)
Hace unos días me recordaban la diferencia entre lugares y no-lugares. El antropólogo francés Marc Augé acuñó el concepto "no-lugar" para referirse a los lugares de transitoriedad que no tienen suficiente importancia para ser considerados como "lugares". Son lugares los espacios vitales, los que forman parte de nuestra cotidianeidad, donde las cosas ocurren, así como aquellos otros espacios en los que nos relacionamos. Un no-lugar es una autopista, una habitación de hotel, un aeropuerto, una gasolinera o unas máquinas de vending... Carecen de identidad, su permanencia en ellos es circunstancial, su única razón de ser es el tránsito.
El cierre del Buy, como todos lo llamábamos, nos ha dejado sin uno de esos lugares. Un espacio donde aprendimos a apreciar la buena música, en el que sonaba desde Jamiroquai hasta Celia Cruz. Una sala que con el tiempo terminó convirtiéndose en exposición permanente del genial Rafael Luna, y en la que poetas como Lauro Gandul declamaron sus versos. Pero sobre todo, fue el lugar donde muchos nos iniciamos en lo que era eso de vibrar con la música en directo, tan cerca, solo a unos metros de los músicos. Casi todos los jueves, pasaban por sus tablas las bandas que algo tenían que contar por esta tierra, tanto intérpretes consolidados como nuevas propuestas que buscaban una primera oportunidad. Todos tenían su sitio. También pudimos descubrir experimentos multimedia, como los video DJ, o empacharnos de jazz en las incansables jam session de los viernes.
Rafa se ha ido con la música a otra parte, a otro lugar más al alcance de su clientela. Continúa en el Central Park, el quiosco del Parque Centro, programando conciertos a los que podemos llevar a nuestros hijos. El cierre del Resbalón, que espero sea temporal, es un poco culpa de todos. Después de ir enganchando varias generaciones de jóvenes, se ha roto la cadena sucesoria. Puede que el eslabón siguiente no fuera fuerte, o que sean otras las alternativas de ocio. Los que éramos clientes habituales nos excusamos con la disculpa de la alineación planetaria necesaria para poder salir una noche y, cómo no, con la anemia generalizada de nuestras carteras. Hemos perdido El Paraíso, al menos su referente. Unos días después echaba el cierre El Lagar, otro que aspiraba a convertirse en lugar con sus tapitas acústicas. Ya solo nos queda encomendarnos a Santa Susana y ver como pasan los autobuses tomando una relaxing cup en su acogedor pórtico de este Piccadilly Circus alcalareño.
Ya lo decía Gabinete Galigari: bares qué lugares.
(1) Extracto del tema de Maga “Un lugar encendido” del disco Maga (Negro) 2004.
Quiero pedir disculpas a los autores de la canción por haber descuartizado la letra.
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