Opinión - 27/06/2013
"El mapa o el territorio". Antonio García Calderón
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En casa de mis padres siempre hubo muchos mapas. Mi padre los guardaba plegados en las clásicas carpetas de cartón azul con gomillas. Eran del servicio cartográfico del ejército. Los mantenía a buen recaudo de mis manos y las de mis hermanos en el mueble aparador del salón. Cuando empezamos a tener edad de no arrugarlos, ni de pintarlos, nos dio permiso para verlos. Todos eran de nuestro entorno más próximo. La mayoría de ellos representaban un territorio que estaba a menos de una hora en aquel sufrido Renault 7 que nos llevaba a toda la familia por unas carreteras secundarias que iban engarzando un pueblo con el siguiente. Entonces todas las carreteras eran de segunda. Sin embargo, los paisajes eran de primera.

Algunas tardes que la lluvia nos dejaba en casa, solíamos desplegar los mapas sobre la mesa de camilla. La primera operación era ordenar los que eran correlativos para ponerlos uno a continuación del otro. Una vez colocados, buscábamos una referencia, un lugar en el que ya habíamos estado.  A partir de ahí, recorríamos caminos ya transitados, identificábamos los arroyos, averiguábamos los nombre de los cortijos visitados, bordeábamos con los dedos la orilla de un pantano en el que habíamos estado pescando, o volvíamos a coronar aquel cerro que nos permitió cartografiar mentalmente un paisaje que de nuevo divisábamos en nuestra imaginación.

Hace unos días volví a verlos. Echaba de menos aquellos mapas. Seguían durmiendo en sus apretadas carpetas, unas encima de las otras, esta vez en una nueva vitrina a la vista de todos, expuestos como si de un tesoro familiar se tratara. Mapas vírgenes, inmaculados, sin más intención que representar un territorio para hacerlo inteligible a las personas.  Mi añoranza por estos legajos no es solo por la nostalgia de aquel tiempo pasado, que también, es sobre todo por lo distintos que son de otros mapas a los que nos va tocar enfrentamos próximamente.

Y es que el mapa se ha vuelto más importante que el territorio. El mapa es ahora un fin en si mismo, una abstracción de nuestro entorno, la representación de una realidad irreal. La tierra ya no es marrón. Tampoco es verde cuando le toca mutar con los brotes de la siembra o la eclosión estacional de la propia naturaleza. Los colores del tramado de las áreas de suelo son en función del uso al que se van a destinar. La cartografía ya no orienta, más bien confunde. Los planos son más planos que nunca, uniformes, sin relieve, ni nada que poner de relieve. Las curvas ya no son de nivel, no hay nivel para darles pendiente, ni nadie que esté pendiente de hacerlo. La escala se ha ampliado al 1:1. Vivimos sobre el mapa, somos parte del dibujo, un icono más en su leyenda de signos, un número que suma en la estadística que lo justifica.

Estos últimos mapas a los que me refiero son los que, en un aséptico y frío formato pdf, recogen la nueva, que ya es vieja, revisión del Plan General de Ordenación Urbana. Un plan que nada tiene que ver con el territorio, y mucho menos con las personas, a pesar de que así se llame el área de gobierno municipal (de Territorio y Personas) que tiene encomendada esta nueva, que ya es caduca, revisión del PGOU.  El territorio lo han borrado y nos lo entregan simplificado en una clasificación de suelos urbanos, urbanizables, con expectativas de serlo o con posibilidades de que puede que lo sea. ¿Y de qué depende esta clasificación? De lo que más convenga, y no al interés general, sino al interés particular de los convenios urbanísticos comprometidos que han hipotecado el territorio de todos. Sí, de todos, porque a todos nos afecta qué modelo de ciudad queremos para el futuro, y este que nos quieren colocar está plegado a los compromisos que, al calor de un mal entendido modelo de desarrollo, se firmaron con los propietarios de unos terrenos, que en gran medida, han pasado a formar parte de eso que llaman activos tóxicos de las entidades financieras que respaldaron sus operaciones. Y como uno se debe a quien debe, y la cuenta deudora del que maneja el lápiz que recalifica es abultada, no hay goma de borrar que sea capaz limpiar la extensa mancha multicolor que nos han derramado sobre nuestro territorio. Perdón, quise decir sobre el mapa. El territorio es otra cosa.

 

@AGarciaCalderon

 

 

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