En el “histórico” Mensaje de Navidad de 2015, S.M. el Rey Felipe VI comenzaba refiriéndose a la Historia “porque nos ayuda a entender nuestro presente y orientar nuestro futuro y nos permite también apreciar nuestros aciertos y nuestros errores”. En el acertar o en el errar en el convulso panorama político, resultante de las “históricas” elecciones generales del 20D, nos jugamos mucho. En estos momentos algo es evidente en todos los niveles políticos; ya sea en lo municipal (véase el gobierno en minoría socialista del futuro “post-limonato”); en lo autonómico (Susana Díaz gobierna gracias a Ciudadanos) y, más ostensiblemente, en lo estatal. Esta evidencia de la que hablamos no es otra que la necesidad de pactos, de acuerdos que supongan la preeminencia de los intereses generales sobre los particulares (tanto territoriales como partidistas). Volviendo al Mensaje del Rey: “porque ahora lo que nos debe importar a todos, ante todo, es España y el intereses general de los españoles”.
Esta idea es especialmente importante para un partido político que la evolución electoral lo ha hecho situarse (puede que sin quererlo) en el centro político. Me refiero al PSOE que al ser superado por su izquierda por Podemos y todos sus satélites, tiene (por mor de la matemática electoral) una posición de centralidad. La disyuntiva a la que se enfrenta el candidato socialista a la Presidencia al Gobierno, Pedro Sánchez, es también “histórica” (¡otra vez!): pactar con Podemos, pactar con el PP o ir a nuevas elecciones.
El PSOE ha vivido situaciones parecidas o incluso peores a lo largo de su ya más que centenaria historia. Una de ellas llevó a decir las siguientes palabras inspiradas por uno de sus líderes “históricos”:
“Pues bien: recalquemos en la actual emergencia trágica que para nosotros, los afiliados al PSOE vale la última de estas cuatro letras tanto como la dos que la anteceden. Y aún más: su precisara sobreponer un matiz a los otros dos, nos afirmaríamos hoy españoles antes que nada, porque vemos con claridad aterradora, a la luz del incendio en que arde nuestra patria, que tan sólo por la reafirmación y consolidación de la hispanidad podemos aspirar a instaurar algún día un régimen socialista sobre la base de una España independiente”
Estas líneas proceden del editorial titulado “Ni Roma ni Moscú. Españoles antes que nada” de El Socialista del 10 de marzo de 1939, y se deben a Julián Besteiro (1870-1940). Considerado una de las máximas figuras del socialismo español fue catedrático de Lógica, además de presidente del PSOE y de la UGT y presidente de las Cortes Constituyentes de la II República. El mismo que escribió sobre nuestra Guerra Civil que “los españoles nos estamos asesinando de una manera estúpida, por unos motivos todavía más estúpidos y criminales”. Incluso el monárquico ABC le dedicaría unas palabra elogiosas al reconocer “su rectitud, su ecuanimidad, su palabra cálida, su ciencia y esa inclinación romántica que he hacía defender, sin dejarse llevar por la ira…, una justicia social más humana” (15 de julio de 1931).
Palabras estas que en la España actual pueden chocarnos tanto por el elogio del contrario como por la defensa de España por parte de los socialistas. Palabras estas que muchos socialistas podrían suscribir y otros execrar por su “exaltación patriota y patriotera” en palabras del historiador Ángel Viñas.
Sin embargo, tenemos que decir que estas palabras escritas o inspiradas por Besteiro llegaron tarde y mal; tarde porque la guerra estaba ya perdida y mal porque supusieron la legitimación del golpe de Estado que el 5 de marzo de 1939 ejecutó el coronel Casado y los mandos militares, con el apoyo de los anarquistas y de un sector del PSOE, contra el legítimo gobierno de Negrín (también del PSOE)y que sería el último de la II República. Para muchos, Besteiro acabó siendo un “traidor” a la República al facilitar la victoria de Franco debido a su odio contra el comunismo, al que acusaba de haber llevado a la República a la derrota por convertirla en una marioneta de la URSS. Cegado por su arrogancia intelectual confió en que Franco daría un trato justo a los derrotados. No fue así, en el consejo de guerra los franquistas lo condenaron a cadena perpetua bajo la acusación no de radical, sino de todo lo contario, ya que expandió el “virus del socialismo” a la sociedad desde su reformismo moderado. Murió en la cercana cárcel de Carmona, a los 70 años, enfermo y tras realizar duros trabajos físicos para su edad que incluían limpiar las letrinas. Como bien ha afirmado el historiador Paul Preston su sacrificio fue inútil, ya que “depositó su fe en su verdugo”. En su alegato ante el consejo de guerra dijo que no huyó del país (como la mayoría de los líderes republicanos) al tener “el convencimiento de que me podría presentar ante los jueces más severos con la frente alta y la conciencia tranquila”.
Nuestra historia, nuestra “Mari Clío” como decía el gran Galdós, nos ofrece, como ya hemos dicho, aciertos y errores. Uno de estos últimos es el “partidismo”, que sobrepone los intereses particulares sobre los intereses de la Nación, o lo que es lo mismo, sobre el conjunto de ciudadanos libres e iguales en derechos y obligaciones. El “partidismo” excluyente trata al adversario político como al enemigo que debe ser aniquilado del cuerpo social. Por tanto, en lo posible aprendamos de todos nuestros errores y aciertos “históricos”. Y hagámoslo todos, gobernados y gobernantes, y antes de tomar cualquier decisión importante para la nación, pensemos que no lo hagamos ni tarde ni mal.
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