Opinión - 24/03/2014
"Hay un alcalareño dormido en el fondo del pueblo". Juan Alcaide
Autor:
Juan Alcaide Rubio

Debajo de la montanera, tapado por la hojarasca que se arremolina en forma de culpas y excusas a los males de nuestra tierra, hay un alcalareño que duerme; que protesta roncando y no se mueve.

Mientras el comercio local sigue cayendo sin brazos ni lazos que lo sostengan,  por las calles amnésicas de dispendios, no deja de escucharse, como una cantilena, la lista de errores municipales que han provocado la gangrena de esta mala herida. Pero esa retahíla (tráfico, inaccesibilidad, trabas impositivas, competencia devastadora, desinterés, cerrazón y abandono) no es ya más que un eco que rebota en las puertas cegadas a cal y canto de viejas casas deshabitadas y acaba perdiéndose por azoteas vacías de canto y cal.

La cantilena, como las historias de las viejas coplillas populares,  ya no trasciende, y se queda en un soniquete sin mensaje. Y de esta manera, ya no hay quien sienta alusiones ni aporte soluciones.

Me lo decía no hace mucho un amigo que venía de charlar un rato con uno de los sacrificados tenderos de la nueva Plaza del mercado: «El hombre —heroico numantino— tiene razón; que sí, que hay muchas cosas muy mal hechas; que sí, que todo se podría haber planteado mejor; pero, aún así, si los alcalareños no van a comprar a la Plaza… no hay “na” que hacer».

 No hay nada más que decir. Mientras tu vecino, y yo, sigamos durmiendo en lo más hondo del pueblo, allá en el lecho fangoso del río, no se dejará de escuchar aquello de: “Es que Alcalá es como es". "Es que es un pueblo muy especial”. “Es que aquí, por lo que sea, las cosas no terminan nunca de cuajar”.

Así que, o despertamos o nos quedamos estancados tarareando la cancioncilla de siempre.

Yo, desde aquí, te exhorto exclamando en singular de modestia:

¡Despierta, alcalareño dormido, despereza tu sangre amodorrada! Empieza por valorar la vieja miga del pan nuestro cada día y, en tu panadería, págala. ¡Espabila, somnoliento vecino, dirige tus huesos quietos hacia tus tiendas y hacia su vida! Endurece tu carne lánguida pateando las calles de tu infancia, que no se cambia nada cacareando desde el ambón de casa; echa a andar ya. ¡Levanta paisano! Muda esa postura, mano sobre mano, y engánchate a la cadena de los que pelean y se abrazan por su río; rompe a cambiar.

El viejo alcalareño que sestea dentro y gasta fuera, que afea lo suyo y aplaude lo ajeno, sin volverse provinciano, ha de tornarse en un alcalareño nuevo, con ganas de hacer pueblo y de extenderlo abriendo otros caminos para dejar nuevas huellas;  como han hecho los que, amasando el sabor de nuestra tierra en una torta, propagan nuestro origen en denominación prestigiosa.

Mientras se despierta este hombre nuevo, yo quisiera unirme a los que ya están tirando de la noche para acelerar la amanecida y me decido a pinchar en "enviar documento". Y,  aunque deseo no haber provocado ofensa, pues la costura de estas palabras no ha dibujado otra silueta que la de mi propio rostro como imagen del somnoliento, escupo hacia arriba un guante en versión bizarra de Rita Hayworth esperando que salpique a alguien más que se atreva a cantar conmigo: Put the blame on mí, Alcalá.

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