Opinión - 17/12/2012
"La maquinaria". Juan Alcaide
Autor:
Juan Alcaide Rubio

Hubo un tiempo en que, vista desde cualquiera de sus cimas, Alcalá se asemejaba a uno de esos relojes caros repletos de circunferencias donde unas agujas infatigables  miden no sé cuántas magnitudes distintas. Era aquella una imagen en la que los larguísimos brazos de las grúas hacían las veces de manecillas que, en una disparatada coreografía, giraban lanzando al aire pistas falsas sobre una estrategia urbanística indescifrable.

No hace tanto tiempo de aquello, aunque parezcan tan lejanos los días de hormigón  y cava. Pero siendo todavía reciente aquella trepidante danza metálica,  no quedan hoy sino vestigios de la misma: un par de estáticas torres espectrales: dos  grúas invariablemente fijas, inmóviles y quietas: una a la entrada de La Cañá desde El Derribo y la otra en la antigua callejuela de las quinielas: dos herrumbrosas cruces clavadas en medio de sombríos esqueletos de hormigón abandonados: símbolos de la miseria que arrojó la explosión de una burbuja tan codiciosa como irracional.

Y con el cataclismo inmobiliario, como dejaron de llegar los barcos cargados de plata de Potosí a Sevilla, dejaron de entrar en las arcas de nuestra Casa Consistorial las golosísimas tasas por obras mayores, y aún supremas, que administraban desde el Ayuntamiento con la confianza del que posee el río y la noria. Y vino a cortarse de golpe esa corriente en chorro, se secó el canal que inundaba las arcas y el Cabildo tuvo que buscar otras fuentes.

Así, ante esta crítica situación, hubo que buscar soluciones, y los encargados de encontrarlas, con poco ingenio y mucha desfachatez, pensaron: "muerta la obra mayor, vamos a por la menor, que son muchas las ingenuas hormiguitas que, sin hacer ruido, van mejorando su nido de espaldas a 'Papá Administrador', sin colaborar con la comunidad".

Y vino esta descarada artimaña a colmar una ridícula y dolorosa paradoja: mientras desangran a unos particulares que, pintando sus fachadas, adecentan y mantienen dignamente el aspecto saludable de la ciudad, los recaudadores de la misma van ensuciándolo todo, dejando abandonados sus inmuebles; permitiendo que se caiga el antiguo edificio de la policía nacional; abriendo las puertas al expolio y la destrucción de la Casa Ybarra; dejando crecer la cochambre en las laderas del Castillo...

Pero hete aquí que salta la liebre ante tal despropósito y protesta un vecino. Pero ya la maquinaria del Ayuntamiento ahoga, rauda, su lamento. Se hace pública la sangría. Pero ya la maquinaria del Ayuntamiento, siempre alerta, elimina la página de la discordia. Se propaga la noticia y salta al ruedo nacional. Pero ya la maquinaria del Ayuntamiento alienta a su encargado, con ardor guerrero, a arremeter contra los indocumentados. Abochornados muchos coterráneos, exigen disculpas. Pero ya la maquinaria del Ayuntamiento, con eficacia militar, crea una víctima: "ellos ofendieron primero". Se pide una rectificación y posterior compensación. Pero ya la maquinaria del Ayuntamiento limpia, pule y aclara. Pero ya la maquinaria del Ayuntamiento lanza campañas de Navidad que distraen al pueblo. Pero ya la maquinaria del Ayuntamiento organiza un concurso. Pero ya la maquinaria del Ayuntamiento inaugura, abre, te cita, acalla, silencia... te aburre.

Y al otro lado del telón, angulados en un lateral oscuro, contemplando la función, imagino a los urdidores asintiendo: "eso es, que siga la maquinaria, que algo debe cambiar cada día para que todo siga igual".

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