Era el primer día del año en Alcalá. Ese día, la Cabalgata, como había prometido que haría, anunciaba que había vuelto la Ilusión. Hacía frío, sí. Siempre hacía frío. Pero no eran carámbanos de hielo los que helaban el esqueleto de cada uno de los niños que salían aquel año, sino unos nervios como témpanos que hacían castañetear sus huesos y no les dejaban parar quietos, aguantando a duras penas ese amenazador liquidillo que necesitaban expulsar fuera y que no sabían si podrían contener. Después de tanta espera, por fin estaban en su carroza, esperando el momento de salir de aquel viejo almacén; mientras aguardaban, la excitación les hacía tiritar.
La Cabalgata salía por fin a la calle y, como deslumbrados por un fogonazo de la Estrella que abría el desfile, aparecían allí arriba con ese inefable gesto que retrata la emoción. Con la boca entreabierta, guiñando los ojos, miraban sin ver, intuyendo solamente la silueta en la que habría aterrizado el puñado de ilusiones lanzado al azar.
Pronto se hace de noche y el sueño de ir acompañando a los Reyes Magos en medio de tanta algarabía se hace más sueño. Poco a poco el febril vertido de caramelos se apacigua una "mijita"; y ya el lanzamiento a dos manos pasa a una sola; y ya se selecciona el destinatario; y ya se lanzan de dos en dos; ya se tiran de uno en uno; ya el caramelazo es esporádico; ya los brazos cruzados...y ya, al fin, observando exhaustos el espectáculo a sus pies, se vencen, sin caramelos que llevarse a casa.
Así de rápido e intenso pasaba todo y se quedaba para siempre, borroso pero imborrable, en una mezcla de energía y cansancio, de realidad y de sueño. Los colores azules y níveos que envolvían a Melchor, los rojos y castaños de Gaspar, los verdes, dorados y negros de Baltasar, se mezclaban con estridencias de tambores y trompetas, con gritos de <<¡aquí!>> y voces de allí.
Nunca les hizo falta que se lo explicara nadie, todos lo entendían estupendamente. Lo vivían, lo disfrutaban y lo asumían sin más. Pero, con los años, no siempre siguió siendo así. El problema fue que, pasada la niñez, en medio de toda esa efervescencia del descubrir, muchos de aquellos niños se confundieron y olvidaron su sentido.
Menos mal que la Cabalgata siguió siendo fiel a su promesa, llevaba ya cuarenta años sin fallar, y vino a darle a uno de aquellos olvidadizos la oportunidad de volver a acercarse, y este, ya hombre, se coló hasta sus tripas, desde donde se encargó de suministrar caramelos a la Estrella de Oriente y desde donde, sin ser visto por nadie, en la estrecha oscuridad de su escondrijo, protegido tras los destellos de su caparazón, pudo observar con detalle cada uno de los rostros que, a pie de calle, alzaban la vista al paso de la Alegría.
Fue tal la impresión que, terminado el trabajo, corrió rápidamente a contárselo a los demás y a hablarles de las bocas entreabiertas, de los gestos inefables y del reflejo de la emoción que descubrió en todos los niños y en todos los mayores que aún se acercaban a renovar sus anhelos. Y todos los que le escucharon recordaron aquello y en adelante, año tras año, se acercaron puntuales a recuperar lo que en un momento pareció olvidado.
Y es por eso, porque cada víspera de Reyes se renueva una ilusión desgastada a lo largo del año, por lo que el calendario alcalareño no comienza el 1 de enero, sino el día cinco a las cinco en punto de la tarde. El nuevo año en Alcalá empieza justo en el momento en que se abren las puertas del nuevo almacén: "El Almacén de los Anhelos"; factoría que se abre de par en par cada 5 de enero para que se desparramen por las calles, volando en forma de caramelos, los anhelos de todos los niños y de todos los que no han olvidado aquello que nadie les explicó.
Y es por eso que aún cuando no se vislumbren buenas noticias; aún cuando estemos, como ahora, sumergidos en la desesperanza; aún cuando, como hace unos días, hayan condenado a tantas familias alcalareñas a una maldición más cruel que la de Sísifo, cargándolas con una piedra más pesada que la de aquel y dejándolas sin "Roca" a la que llevarla; aún cuando todo parece casi nada; aún entonces, como cada año, cuando ya nadie lo espere, la ILUSIÓN llegará a la hora de siempre.
En agradecimiento a la Asociación de la Cabalgata de Alcalá por su trabajo y a todos los que de una forma u otra participan en ella la noche de Reyes haciéndola posible.
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